EL TENDEDOR DE PUENTES

Existió una tierra, rodeada por cientos de ríos, a las que todas los demás admiraban y envidiaban. La admiraban porque jamás se había visto envuelta en discusiones, enfrentamientos o guerras con las demás poblaciones y la envidiaban porque sus habitantes nunca habían sabido qué era el hambre o la desdicha y parecían vivir en un estado permanente de júbilo.
Aquello era muy raro; casi un misterio. ¿Cómo era posible que nunca hubiera diferencias entre los vecinos?, ¿era creíble que no quisieran tener más poder en el país o entrar en competición con el resto de tierras?. Los pueblos vecinos deseaban conocer el secreto de tanta felicidad así que, tras una larga y acalorada asamblea, decidieron enviar estudiosos de distintas ciencias a fin de inspeccionar los lugares y las personas que formaban parte de aquella, para muchos, “mágica” tierra.
Varios camiones llegaron al lugar portando artefactos variopintos, máquinas imposibles y medidores estrambóticos. Que decir tiene que atendiendo al carácter de los lugareños, estos fueron muy bien recibidos. Durante semanas se dedicaron a analizar el agua, la flora, la fauna, los alimentos, los tejidos,… todo aquello que de una manera u otra entraba en contacto con la tierra y con sus gentes.
Pero para desilusión de aquellos sabios y conocedores de tan variadas materias no lograban dar con las razones que convertían a aquella sencilla aldea en un paraíso terrenal.
Un día, desesperados ya por los nulos avances en sus investigaciones, vieron a través de una puerta entreabierta a un muchacho volcado en una singular tarea. Rodeado de enormes piedras procedía con cada una de ellas en el siguiente orden: la miraba, la limpiaba, la cubría con su cuerpo y la perfumaba. Después con ayuda de una carretilla la colocaba en un montón y se iba por la siguiente. Todo este ritual era llevado a cabo con calma y con una amplia sonrisa. Y hubo otra cosa que les llamó poderosamente la atención. Mirando alrededor comprobaron que las piedras estaban agrupadas de diez en diez; ni una más, ni una menos.

HOMBRE 1

Oye chico. Dinos ¿qué estás haciendo?

JESÚS

Preparo las piedras para mi padre- contestó alegremente el muchacho

HOMBRE 1

Pero, dinos, ¿para qué quiere tu padre esas piedras?

JESÚS

Mi padre es arquitecto. Un gran tendedor de puentes sin duda. Deberían conocerle y ver cómo trabaja. Es fantástico. Ahora está en el riachuelo del norte. Vayan a verle.

La curiosidad pudo con ellos así que se fueron en su busca.
Al llegar lo primero que vieron fue un montón de piedras, un montón de diez piedras, limpias y perfumadas. Después a un hombre que parecía estar tomando medidas; era muy anciano pero se descubría una enorme vitalidad por la forma en la que entraba y salía del riachuelo.
El anciano agitó la mano en señal de saludo.

HOMBRE 1

Buen hombre, ¿qué haces con esas piedras?

DIOS

Construyo un puente, ¿es que no lo veis?.

HOMBRE 2

¿Y por qué precisamente diez grandes piedras y no más o menos?

DIOS

Porque diez es el número mágico… piensa un poco.
Tomó la primera piedra, la acarició y la colocó; se dirigió a la segunda e hizo lo mismo y así con cada una de ellas. Hasta que por fin obtuvo un puente brillante y listo para ser utilizado.

DIOS

¿Qué les parece?... Diez piedras, ni una más ni una menos… Cada piedra para mi tiene un significado. Cada piedra es un pensamiento. Miradlo vosotros mismos:

NARRADOR

Los hombres se acercaron a las piedras y leían lo que cada una llevaba grabado…
La primera es el mejor amigo…
La segunda todos los nombres importantes de la vida…
La tercera el cariño de los padres y mayores…
La cuarta es la alegría que se comparte…
La quinta la vida que se nos regala cada día…
La sexta representa al corazón totalmente limpio…
La séptima es todo lo que compartimos y damos…
La octava las cosas buenas que decimos de la gente…
La novena el abrazo de los amigos…
La décima es todo lo que me río con la gente…

DIOS

Espero que un día ustedes puedan ser tendedores de puentes. Sólo hace falta ponerle a la tarea mucho amor.