LAS BOTAS DE LA NAVIDAD

Su pasión era coleccionar calzado.
Y su mayor alegría y gran orgullo pasearse por las calles para que todo el mundo admirase sus graciosos andares cubiertos por el calzado de turno.
Lo tenía de todo tipo: zapatos, playeros, mocasines, botas de caña alta, de caña baja,… y para todas las ocasiones: para hacer deporte, para el frío, para ir a la ópera, para la lluvia, para viajar a la playa,…. De todos los materiales, colores y dibujos posibles: cuero, loneta, charol, terciopelo,…. amarillos, verdes, azules,…. geométricos, cuadros, rayas, flores…. Y también le volvían loco las hebillas, el velcro, los cordones, las cremalleras,…
Tal era su pasión y obsesión que nunca nadie le había visto los pies porque,…seamos sinceros….¿puede ser calzado eso que llaman sandalias que están compuestas de simples tiras cruzadas?.

Una mañana fue, como tantas otras, a pasear. Presumiendo y sabiéndose observado llegó hasta la fachada de un edificio en el que nunca había reparado y que resultó ser la iglesia del barrio. Lo que llamó su atención no fue aquel edificio ni el hombrecillo que sentado en el escalón de la entrada devoraba la prensa del día. No. Lo que le hizo pararse en seco fueron varios pares de botas todos iguales que posados sobre un largo cajón de madera sostenían el cartel:

“Botas de la Navidad
para tener felicidad”

-Estoy interesado en esas botas- dijo nuestro protagonista sin mirar al hombre que parecía ser el dueño de aquella mercancía.
-Vale– dijo el otro sin apartar la vista de su periódico –pero no creo que sean para usted
-¿Acaso son muy caras?- preguntó nuestro apasionado del calzado
-Pues…..- se encogió de hombros el hombrecillo -en realidad no. De hecho son gratis.
Irritado por la actitud tan poco profesional de aquel extraño personaje, cogió un par.
-Las probaré
-Humm, no sé si le será posible
-¿Es que no tiene número para mí?
-Tengo todos los números existentes. Simplemente no creo que esté preparado para vestir estas botas
Desconcertado pero sin volverse atrás en su idea, cogió las botas con rabia y se fue de allí rápidamente.
Ya en casa, y aún sin quitarse el abrigo, se descalzó. Tomó la bota derecha y…

-¡recórcholis! parece que no quiere entrar-.
Agarrando con más fuerza presionó sus dedos encogiéndolos para así lograr calzar el pie. No funcionó. Miró la suela; era su número. Comparó con su zapato; eran iguales. ¿Qué estaba ocurriendo?
Un nuevo intento. Esta vez estiró todo lo que pudo las gomas laterales de cierre e intentó deslizar el pie. Gotas de sudor resbalaban por la frente mientras su piel se tornaba morada por el esfuerzo. Tomó aliento y se dijo a sí mismo -¡vaya mal que lo estoy pasando!-. Pero él quería, deseaba aquellas botas así que después de todas las contorsiones posibles jugando con el empeine, tobillo, dedos y talón logró que su pie entrara en aquella bota rebelde.
Con la cara desencajada pero lleno de satisfacción se puso de pie. El dolor fue insoportable. No podía dar un paso y tuvo que ceder ante la evidencia: no podría vestir aquellas magníficas botas jamás.
Pero aquello no podía quedar así. Así que salió de casa dispuesto a enfrentarse con el hombrecillo sentado a la puerta de la iglesia.
-No entiendo nada. Necesito explicaciones. ¿Por qué no me están bien si son mi número?, ¿por qué prometen felicidad si producen tanto dolor?, ¿por qué usted no me avisó?
-Se lo dije. Usted no está preparado para llevar estas botas porque para poder calzarlas primero hay que saber caminar descalzo. Caminar y sentir. Sentir el rocío de la mañana, sentir el frescor de la hierba en primavera,….las piedras del camino. Sentir el calor de la arena con el sol del verano, el frio helador y cortante de la nieve, sentir como te toca la ola que llega a la orilla para después alejarse hundiendo nuestros pies en la tierra. Sentir los pies de tu amigo cuando juegan contigo,…caminar con el otro aún cuando notes que ya no puedes más,… agotado, cansado. Vivir.
Así que prepárate para recorrer un camino único de vida. Prepárate para vivir y con tu vida, dar vida a los demás.