Señor, ha pasado un año, con su cortejo de actividades, de trabajos, de idas y venidas. Te lo ofrezco tal como lo he vivido. Míralo con amor y archívalo en los pliegues de tu misericordia. Te doy gracias por los beneficios que he recibido este año que termina. Gracias por la salud, e incluso gracias por la enfermedad. Gracias por las noches tranquilas y también por las horas inquietas. Gracias por tantas manos amigas que me tendieron y tantas sonrisas amables que me dispensaron. También te pido perdón por el amor desperdiciado, por el tiempo perdido, por el dinero malgastado, por el trabajo mal hecho, por tantos olvidos y perezas...Quiero recordar también a los fallecidos este año, a los que se sienten solos y vacíos en medio de estas fiestas, a los que están sufriendo estos días en el cuerpo o en el espíritu: haz que sean fortalecidos con tu Vida, iluminados con tu Verdad y que descubran en lo efímero del tiempo la esperanza gozosa de tu Eternidad.

Aunque te ignoramos y te damos la espalda tantas veces, quieres volver a nacer, Señor, esta Navidad. Supongo que, con este gesto de nacer cada año, estás pretendiendo decirnos algo. Quizá quieres decirnos que el cielo está siempre abierto para nosotros. Quizá quieres decirnos que otro mundo mejor es posible y que podemos hacernos como niños. Quizá quieres decirnos que tenemos un mensaje, que se llama Evangelio, que todavía no es Buena Noticia para todos. Quizá quieres decirnos que nadamos en la abundanvia, mientras hay hermanos nuestros que carecen de pan, de cultura, de libertad. de dignidad...Si és por eso, Jesús, vuelve a mi casa esta Navidad, ven a mi familia, a mi parroquia, a mi ciudad...Ven a mi pobre corazón.

Ven, Señor, y sálvanos de nuestra ceguera para descubrirte presente. Sálvanos de nuestra sordera a tu Palabra. Sálvanos de nuestra torpeza para entender las Escrituras. Sálvanos de nuestra pereza para caminar contigo. Sálvanos de nuestras excusas para no acercarnos de verdad a Ti. Que no nos desaliente la lentitud de los cambios. Que no perdamos la utopía de creer que es posible otro mundo más feliz. Que no bajemos los brazos en la lucha por la justicia y la práctica de la caridad. Ilumina a los gobernantes para que encuentren la solución de los problemas más acuciantes de la humanidad. Que todos los que sufren en el cuerpo o en el espíritu se vean confortados y consolados.

Te pedimos que vengas, Señor, y el caso es que ya estás aquí. Vives en todas las personas buenas...y hasta en las malas. Renaces en le frescura inocente de los niños y te marchitas en el rostro de los ancianos. Naturalmente estás en mis familiares, amigos y vecinos. También estás en los acontecimientos de cada día, pues nada de cuanto sucede es ajeno a Ti. Pero tu presencia se hace especialmente acuciante en quienes necesitan nuestra ayuda o consuelo: sufres el dolor de los millones de hambrientos y la pérdida de autoestima de los millones de parados. Y andas de tumbo en tumbo en los alcohólicos y drogadictos. ¡Qué cerca estás y qué a menudo te cruzas con nosotros! Pero a veces no sabemos descubrirte o nuestro pecado no nos deja reconocerte. Por eso te digo: ayúdame, Señor, a reconocerte mejor.

En este Adviento recién iniciado queremos contagiarnos, Señor, de la fe sencilla de María, para entregarnos a Ti tan generosamente como ella. Queremos ser como Juan Bautista para anunciar con decisión tu venida y denunciar con valentía lo que le falta al mundo. Como los pastores de Belén, queremos estar siempre vigilantes y correr presurosos a tu encuentro. Como los ángeles de Belén, queremos cantarle al mundo tu presencia, que lo llena todo. Gracias, Señor, porque tu cercanía es la mayor riqueza que uno puede poseer. Gracias, porque quieres entrar en mi casa y hacer de ella una morada nueva. Gracias, porque me devuelves la esperanza y la alegría que con tanta facilidad pierdo.

Señor, Tú eres grande; yo, muy pequeño-a. Tú lo eres todo; yo, casi nada. Tú eres santo; yo estoy lleno-a de pecado. Tú eres eterno; yo nací ayer, moriré mañana y, si voy a vivir para siempre, es cosa tuya. Tú eres todo amor; yo, cicatero-a y egoísta. Tú eres fuerte y todopoderoso; yo soy débil y estoy lleno-a de miedos. ..Pero, entre mis escasas virtudes, tengo el don de la fe, que Tú me concediste y que da sentido a mi vida. También me regalaste un corazón capaz de amar, aunque a veces se endurece. Por eso necesito acudir diariamente a Ti, que eres amor sin medida ni límite: para cargar las pilas de mi corazón con tu amor.
Amén.

Padre nuestro, que no estás en un cielo lejano, sino aquí, junto a tus hijos, especialmente con los más necesitados. Quiero alabar tu niombre, como creador de todo lo que me rodea. Ayúdanos a construir tu Reino aquí en la tierra, un Reino de justicia e igualdad, donde todos tengamos nuestras necesidades cubiertas y a nadie le sobre nada. Haz que, con nuestro trabajo, podamos conseguir todos el pan de cada día y todo lo que necesitamos para tener una vida digna. Perdona nuestros egoísmos y nuestras omisiones en la construcción del Reino. Te lo pedimos con la intención de perdonar a los que nos ofenden y de tener los brazos abiertos a todos. No dejes que deseemos riquezas o bienes que no necesitamos. Y líbranos de estar cansados o agotados en nuestra labor, porque siempre hay algo que hacer, hasta que llegue tu Reino.
Amén.

Señor, me tienta la seguridad: quiero tenerlo todo atado y bien atado, a mi manera, naturalmente. Me tienta el activismo: hacer y hacer, olvidándome del silencio y la oración. Me tienta la incoherencia: pensar y/o decir unas cosas y hacer otras. Me tienta ser el centro de atención: que los demás giren a mi alrededor. Me tienta la soberbia: pienso que lo que yo hago y digo es lo mejor siempre. Me tienta, sobre todo, la avaricia: cuanto más tengo, más quiero tener. Me tienta la ira: tengo poca paciencia y no sé controlar mi lengua. Me tienta tener tiempo para todo, menos para lo importante.

Te doy gracias, Señor, por todos mis familiares y amigos difuntos. Gracias por sus obras y sus palabras; por los buenos momentos vividos con ellos y por lo mucho que me enseñaron. Dales todo lo que yo no fui capaz de darles. Dales lo mejor, lo que yo no atino ni siquiera a imaginar. Prémiales, juez compasivo, por sus buenas obras. Perdónales sus debilidades: el mal que hicieron y el bien que dejaron de hacer. Y perdóname a mí por todo lo que les falté, por mi egoísmo o por mi pereza. Que el reconocer mis fallos hacia ellos me sirva de lección para tratar mejor a los que aún están vivos, empezando por los de mi propia casa.

Señor, me resulta muy difícil aceptar a algunas personas. En mi corazón brota a veces la intolerancia. Con frecuencia juzgo a algunos hermanos y considero que son peores que yo, por ser diferentes. Ayúdame a aceptar que las diferencias nos enriquecen a todos. Ayúdame a derribar los muros que me separan de algunas personas. Quiero aprender a escuchar y comprender otros puntos de vista, porque es más lo que nos une que lo que nos separa. Y gracias, Señor, porque has puesto a mi lado personas distintas a mí, que me complementan y enriquecen. Gracias, porque nos haces comprender que todos somos valiosos y necesarios.

Envía tu Espíritu, Señor, a este mundo, que parece que se ha vuelto loco. Transforma nuestros corazones, cargados a veces de egoísmo, de rencores, de pesimismo. Ilumina nuestras oscuridades para que podamos caminar sin tanto ropiezo. Hazte dueño de mi entendimiento y mi voluntad. Lléname de amor para que pueda regalar mi amor a los que me rodean. Sé que existes porque veo tu obra en mí. Me haces fuerte en la dificultad, me ayudas a afrontar los problemas de la vida. En silencio vas llenando mi vida y dando sentido a lo que hago y vivo. Gracias, Espíritu Santo, por acompañar mi vida, por estar siempre a mi lado, sin exigir, sin pedir nada a cambio.

Señor, me parece que vivo un cristianismo demasiado superficial y cómodo. No me arriesgo a implicarme de verdad en asuntos en los que debería tomar partido. Quisiera vivir con un ojo puesto en las necesidades que me rodean y con el otro ojo en el Evangelio. Quisiera tener un oído en tu Palabra y otro en la gente, con sus preocupaciones, sus luchas y sus esperanzas. No me acabo de enterar de que tu Reino de justicia y de paz debe comenzar aquí en la tierra. Veo necesario poner el mundo "patas arriba", pero eludo mi responsabilidad y espero que sean otros, más poderosos que yo, los que lo mejoren. Ilumina, Señor, nuestras decisiones y opciones para que sepamos tomar partido de verdad por tu Evangelio.

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Que allí donde vea destrucción intente yo construir. Donde vea manos que hieren ponga yo las mías para ayudar. Donde oiga lenguas que maldicen tenga yo la valentía de bendecir. Que, frente a los que procuranm ser siempre servidos, lleve yo la alegría de servir. Que donde la vida pierde su sentido lleve yo el sentido de vivir. Que donde tantos están siempre distantes sepa yo estar siempre presente. Que donde tantos sufren la soledad, que hace morir, sea yo el amigo que hace vivir. Que donde tantos mueren en lo material, que pasa, sepa yo vivir en el espíritu, que permanece. Que, frente a tantos, que sólo saben mirar para la tierra, sepa yo mirar también para el cielo.

Te entrego mi vida, Señor: hazla fecunda. Te entrego mi voluntad: hazla idéntica a la tuya. Te entrego mis manos: hazlas acogedoras. Te entrego mis pies: hazlos incansables. Te entrego mis ojos: hazlos trasparentes. Te entrego mi boca: pon en ella un centinela. Te entrego mi corazón: hazlo ardiente. Toma mis cansancios: hazlos tuyos. Toma mi pobreza: conviértela en riqueza. Toma mi nada: haz con ella lo que quieras. Toma mis pecados: carga con ellos. Toma mi muerte: hazla vida. Toma mis faltas de amor, mis eternas desilusiones, mis amarguras...Transfórmalo todo, como la abeja, en dulce miel. Hazme nuevo para que sepa entregarme de verdad y "gastarme" en tu servicio.
Amén.

Señor, pongo en tus manos esta aventura del curso que comienza. No sé lo que me espera, pero quiero contar contigo y que Tú cuentes conmigo. Quiero que seas estrella que guía, amigo que acompaña, fuerza que da vida, corazón que comprende y perdona, Dios que salva. Me mandas caminar y seguir adelante, pero no veo bien el camino a seguir. ¿Dónde te escondes, Señor? A veces no te veo, o no te oigo, o no comprendo tu Palabra. Me creía fuerte, pero soy frágil. Dame conformidad para aceptarme como soy. Y dame fuerzas, porque cada día estoy más débil. Como Pedro cuando se hundía, te suplico: ¡sálvame, Señor, que estoy a punto de perecer!

¡Qué triste sería el mundo, Señor, si todo estuviera hecho!: si no hubiera un árbol que plantar o una empresa que emprender. Pero reconozco, Señor, que mis pecados más frecuentes son los de omisión. Concédeme las fuerzas para estar siempre dispuesto-a a cumplir con mi deber. Y, sobre todo, dispuesto-a a servir. Que, cuando vea una necesidad, no espere a preguntar a quién le corresponde solucionarla. Que donde haya pereza ponga yo diligencia. Que donde haya odio intente poner paz. Que donde haya tristeza ponga yo alegría. Que no caiga en el error de pensar que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos, pues los pequeños servicios también nos hacen grandes.

Señor, me miro y me parece que soy el-la mismo-a de siempre. Vivo demasiado distraido-a, preocupado-a por mis pequeñas cosas...Me gusta más el ruido que la calma que necesita mi alma. Mi sed no encuentra fuente y mis utopías son de cartón. ¡Qué atrevido-a soy al pensar que sólo tengo yo la llave de mi vida! Nadie como Tú puede decirme lo que llevo dentro, pero no capto los mensajes que me diriges a través de las personas que pasan por mi vida. Enséñame a estar atento-a a todo. Convierte mis oidos sordos en antena abierta a tu Palabra. Que no me deje seducir por mensajes que sólo buscan mi bienestar exterior o superficial. Que tenga hambre de tu presencia y no me conforme con el vacío al que me empujan los ruidos del mundo. Y no te canses de visitar tu viña, Señor. Tal vez hoy no, pero mañana, con tu ayuda y mi esfuerzo, brotará con todo su esplendor.

Me cuesta vivir la caridad, Señor. Ayúdame a dejar las actitudes egoístas del hombre viejo que llevo dentro. Que aprenda a dar todo lo bueno que tengo: mis cosas, mi tiempo, mis esfuerzos, mi vida entera...para que otros vivan más y mejor. Saber dejar mis propios intereses para atender los ajenos, sentir con el otro, padecer con él. Aprender a dar antes que pedir y recibir, a comprender antes de ser comprendido, a escuchar antes de ser escuchado. Que sepa aceptar que lo que tengo no es del todo mío, sino regalo tuyo que debo compartir. Que sepa aceptar que puedo aprender incluso de aquellos de los que me siento más distante o a los que tengo menos aprecio. Que no centre la oración en mí mismo y sepa incluir en ella las alegrías y las penas de los que me rodean. Dame, en fin, fuerzas para entregarme al máximo, para no ponerle nunca límites a la caridad.

Aquí estoy, Señor, con hambre y sed de vida, creyendo que sé vivir, pensando que me sé organizar. Consumo febrilmente: ligeros placeres, precarias sensaciones...Pero mi hambre y sed no desaparecen. Esto ya no es vida, sino simulacro: una vida sin calidad de vida. Acostumbrado a lo light, lo auténtico sólo entra en mí con filtros. Demasiado razonable para correr riesgos, demasiado cauto para saborear triunfos, demasiado acomodado para empezar de nuevo...Amando sólo a sorbos para no crear lazos. Rabajando tu Evangelio para hacerlo digerible. Despiértame, Señor, de esta siesta, libérame de esta indolencia, concédeme una vida verdadera.

Concédeme, apóstol Pedro, la diligencia y disponibilidad que tú tuviste para seguir al Señor el día que te llamó. Concédeme la prontitud para responder que tú tenías. Concédeme reconocer y llorar mis pecados como tú lloraste las negaciones. Concédeme apasionarme del Señor con el entusiasmo con que tú le seguiste hasta el martirio. Apóstol Pablo, concédeme la grandeza que tú tuviste para cambiar radicalmente de vida. Concédeme hablar del Señor con la valentía con la que tú lo hacías. Concédeme la paciencia que tú tuviste en las adversidades y persecuciones. Concédeme el desapego de los bienes materiales con el que tú viviste. Santos Pedro y Pablo, rogad por nosotros.

Señor, si me siento justo-a, recuérdame las injusticias que cometí. Si me siento pecador-a, recuérdame que Tú preparas una fiesta por mi conversión. Si me siento importante, recuérdame tu cariño por los pequeños y los últimos. Si me siento solo-a, recuérdame que te duele sentirte ignorado. Si hablo demasiado, recuérdame la inutilidad de muchas de mis palabras. Si critico a los demás, recuérdame que no te entristezca. Si soy envidioso-a, recuérdame los talentos que me diste. Si temo el juicio de los demás, recuérdame que me quieres libre. Si me siento cansado-a, recuérdame que hay dolor a mi alrededor que no puede esperar. Si reniego de Ti, recuérdame que sólo Tú sabes lo que es mejor para mí.

Ven, Espíritu Santo, y danos el don de sabiduría para que sepamos vivir en la voluntad del Padre. Danos el don de entendimiento para que nuestra mente y nuestro corazón acepten mejor las exigencias del Evangelio. Danos el don de consejo para que sepamos decirle al hermano la palabra más oportuna en cada momento. Danos el don de fortaleza para poder afrontar mejor los problemas de la vida. Danos el don de ciencia para que nos ayude a superar dudas y a no dejarnos confundir por los engaños del mundo. Danos el don de piedad para que nuestra oración no sea tan rutinaria y forzada. Danos el santo temor de Dios para que lo único que temamos sea perderle a El.

Alabado seas, Señor, por el verano que está a punto de llegar y que nos recuerda el calor intenso de tu corazón. El sol del verano es imagen del esplendor de tu vida, que a todos calienta y abrasa. El verano nos invita a la fiesta y a la alegría, a disfrutar más del precioso regalo de la naturaleza, que Tú creaste para nosotros, a abrir nuestro corazón y nuestros brazos para encontrarnos con los hermanos, a dominar nuestras pequeñas o grandes vanidades para pensar más en proyectos comunitarios. No quisiera, Señor, que la dispersión y los ruidos del verano me lleven a olvidarme de Ti. Antes al contrario, deseo que la vida sea un eterno verano, en el que todos sintamos el calor abrasador de tu amor y lo sepamos transmitir a nuestros hermanos.

Señor, quisiera que mi mirada fuese como la de un niño, clara y trasparente, que no oculta nada. Quisiera que mi sonrisa fuese ancha que contagie y dé sentido al quehacer de la jornada. Quisiera que mis palabras fuesen veraces y valientes, que mi voz fuese la de aquellos que no pueden alzar la suya. Quisiera que mis manos fuesen abiertas y solidarias, unidas con la de aquellos que cada día regalan su tiempo y hasta su vida en favor de los demás. Quisiera que mi corazón fuese de carne, pues a veces me endurezco y me encierro en mi coraza. Quisiera que mi caminar dejase huellas de esperanza para los que vienen detrás. Quisiera, en fin, que mi vida fuese toda ella entrega desinteresada. Quiero todo eso, pero yo solo-a no puedo conseguirlo. Ayúdame, Señor.

Jesús, me atrae tu corazón manso y humilde, abierto a todos. Me alienta el calor de tu humanidad y cercanía. Me imanta la imagen que nos enseñaste de un Dios Padre, de infinita misericordia. Me seduce tu amor a los pequeños y marginados. Me subyuga tu fuerza profética para denunciar abusos de poder e hipocresías. Me conmueve tu fidelidad hasta la muerte a los planes del Padre. Me desarma tu silencio e indefensión ante los que te acusaban y condenaban. Me estremece tu petición de perdón para tus verdugos. Me da vida saber que sigues resucitando cada día en el corazón de multitud de hombres y mujeres de buena voluntad, que buscan sinceramente el bien y la verdad.

María, Madre buena, que caminas con nosotros, no permitas que nos dejemos dominar por la rutina y el conformismo. Convéncenos de que podemos construir entre todos un mundo mejor. Queremos un mundo en el que los niños crezcan felices y en condiciones de igualdad. Queremos un mundo en el que los jóvenes encuentren su sitio y puedan aportar sus fuerzas e ilusiones al servicio de la comunidad. Queremos un mundo en el que los ancianos sean más escuchados y respetados. Como Madre de todos, ayúdanos a superar nuestras divisiones, tantas veces absurdas. Agudiza nuestra vista para que veamos la necesidad del otro y no nos fijemos tanto en nosotros mismos. Concédenos, Madre, saber responder cada día con un "hágase" a los planes que Dios tenga para nosotros.

María, Madre de nuestro pueblo, te necesitamos. Vivimos tiempos difíciles, tenemos caídas y a veces nos dominan la desesperanza y la apatía. Contágianos tu coraje, ayúdanos a vivir con alegría, a pesar de las cruces que encontramos en la vida. Que no perdamos la utopía de creer que es posible otro mundo mejor, que no bajemos los brazos en la práctica de la caridad. Enséñanos a confiar en el Señor, a escuchar su voz en las cosas de la vida. Enséñanos a orar para discernir dónde poner nuestros esfuerzos y descubrir nuestro lugar y misión. Danos firmeza y hasta tozudez para seguir adelante. Nos confiamos en tus manos para que nos hagas fuertes en la fe, comprometidos en el amor y firmes, muy firmes en la esperanza.

Señor, desgraciadamente la violencia se ha instalado en nuestra sociedad a todos los niveles. En muchos hogares se respira violencia verbal, e incluso física. No permitas que nos acostumbremos a que cada día se haga violencia con los concebidos no nacidos. No permitas que nos acostumbremos a que nuestros menores vean diariamente en la tele espectáculos violentos. No permitas que nos acostumbremos a que en los colegios algunos alumnos se manifiesten violentamente entre sí e incluso contra los profesores. No permitas que nos acostumbremos a la violencia de los ricos contra los pobres. No permitas que nos acostumbremos a que haya colectivos marginados. Toca, Señor, el corazón de los violentos, incluido el mío propio, para que no provoquemos más sufrimiento, para que Caín no triunfe sobre Abel. Ayúdanos a hacer pascua para que se haga realidad el mundo feliz con el que todos soñamos y que Tú nos capacitaste para construir.

Señor, oigo cantar aleluyas, que proclaman que has resucitado, y yo también las repito, pero sin creérmelo del todo, sin comprender del todo en qué cambia mi vida esta noticia. Quisiera creer de todo corazón, pero tengo algo del apóstol Tomás dentro de mí, que necesita ver para creer. Como los discípulos faenaban en el lago, sin reconocer que Tú estabas presente, también yo tardo en enterarme de que estás conmigo en mis trabajos y en mis descansos, en mis alegrías y en mis penas. Abre mis ojos para reconocerte vivo donde menos lo espero, para descubrirte caminando con nosotros en el Emaús de la vida. Ayúdanos a no olvidar que, desde tu Resurrección, nada ni nadie puede quitarnos ya la alegría. Que me convenza de que, con Dios como Padre, ya nada puede acabar mal, porque su poder me protege y su fuerza me acompaña. Gracias, Señor, por el futuro de luz y de triunfo que nos abriste con tu Resurrección.

Señor, queremos aprender la preciosa lección que nos diste en tu Pasión, cumpliendo la voluntad del Padre hasta las últimas consecuencias. Tú, que denunciaste las injusticias y te enfrentaste a los poderosos, danos a nosotros valentía para seguir haciendo lo mismo. Tú, que lavaste los pies de tus discípulos, ayúdanos a tener más gestos de amor con el prójimo. Tú, que fuiste traicionado por un amigo que se había hecho una imagen falsa de Ti, ayúdanos a aceptarte tal como eres y no como nosotros quisiéramos que fueses. Tú, que fuiste negado por Pedro, perdona nuestras negaciones e indiferencias. Tú, que fuiste abandonado por los tuyos en los momentos más difíciles, ayúdanos a reconocerte en nuestros hermanos abandonados. Tú, que fuiste humillado y vejado, líbranos de ofender y humillar a los demás. Tú, que fuiste despojado de tus vestiduras, ayúdanos a prescindir de todo lo que nos sobra. Tú, que no usaste la fuerza para defenderte, danos paciencia y capacidad de perdón para soportar las ofensas. Tú, que fuiste condenado injustamente, ayúdanos a no condenar a nadie con nuestra lengua. Tú, que te levantaste después de caer tres veces, dame fuerzas para saber levantarme en mis frecuentes caídas. Tú, que fuiste ayudado por el Cirineo, elimina mi pereza para ejercer de cirineo con los que me necesiten. Tú, que fuiste consolado por las mujeres de Jerusalén, ayúdanos a ser más sensibles con los sufrimientos del prójimo. Tú, que en la Cruz nos regalaste a tu Madre, no permitas que el dolor y el sufrimiento nos hagan egoístas. Tú, que perdonaste a tus asesinos, ayúdanos a perdonar incluso las ofensas más graves.

Como el ciego del evangelio, necesito, Señor, que me cures. Dame tu luz, que me haga más humilde, más comprensivo-a, más servicial. Dame la luz que me permita reconocer mis faltas, antes de pedir a los demás que corrijan las suyas. Dame tu luz para seguir tu ejemplo, sobre todo cuando mostraste, ante aquel ciego, que el amor y la persona están por encima de las normas. Tengo muchos prejuicios y me creo con derecho a seleccionar a las personas a la hora de amar. Ayúdame a salvar los obstáculos que me impiden acercarme a algunas personas. Dame luz para saber apreciar el ejemplo de algunos a los que considero alejados de Ti, pero que me pueden enseñar mucho sobre tu amor. Dame luz y coraje para hablar de Ti y defender tu causa, empezando por las personas más cercanas.

Si me creo ya convertido-a, convierte, Señor, mi corazón soberbio. Si me cuesta reconocer mis pecados, conviérteme en el crítico más severo de mi mismo. Si me creo libre, siendo como soy esclavo-a de tantas cosas, permíteme conocer la libertad de quienes están contigo. Si me siento solo-a y angustiado-a, convierte mi soledad en seguridad de saber que Tú siempre estás conmigo. Si vivo mi fe con superficialidad y rutina cansina, ayúdame a disfrutarla como un tesoro a estrenar cada día. Si, como la higuera del evangelio, no doy el fruto esperado, no permitas que rechace el abono que cada día aportas a mi vida. Si disfruto más recibiendo que ofreciendo, cambia mi corazón de piedra por uno de carne. Si alguien necesita libertad y puedo abrir puertas, dame coraje para ejercer de libertador-a.

Señor, nos preocupa la situación del mundo, en general, y de nuestro país en particular. Te pedimos por los gobernantes, para que sepan afrontar los prioncipales problemas der los ciudadanos, sin someterse tanto a intereses individuales o partidistas. Te pedimos especialmente por los que más sufren: por los desempleados, por las familias rotas, por los enfermos, por los que han perdido a seres queridos recientemente...Que todos ellos encuentren ayuda y consuelo. Te pedimos también por nuestra Iglesia: danos a todos los que la integramos perseverancia en estos tiempos difíciles. Por todos los feligreses de esta parroquia especialmente, para que nos tomemos más en serio nuestra fe y no nos dejemos dominar por el consumismo, ni por tantos dioses falsos que nos tientan.

Reconozco, Señor, que vivo rodeado de tentaciones. Siento a menudo deseos de juzgar al hermano, sin fijarme nunca en sus virtudes. Siento deseos de rodearme de cosas. a veces inútiles, olvidando mio deber de compartir. Siento deseos de que me quieran y me olvido de que los demás también esperan que yo les quiera. Siento deseos de que me alaben, pero a mí me cuesta alabar a los demás. Siento deseos de hacer muchas cosas y no te dedico a Ti el tiempo debido. No permitas, Señor, que me pierda en estas cosas. Ayúdame en esta cuaresma a empaparme de tu Palabra y a vivir mejor los valores de tu Evangelio. Quiero amar sin juzgar. Quiero dar sin pedir. Quiero regalarme sin pasar factura. Quiero aprender de Ti, amando hasta el final, y sé que, con tu ayuda, lo puedo conseguir.

Señor, acudo a Ti en este día cansado-a, distraído-a y enfermo-a de muchas cosas. Me he dejado dominar por el mundo de ruidos en el que vivimos. Oigo sin escuchar. Quizá hable demasiado. No sé hacer "silencio" en mi vida. Vengo a Ti para que me sanes, me sacies el corazón, me liberes de ansiedades. Sólo Tú sabes los secretos de la felicidad. Sólo Tú me puedes enseñar a vivir de verdad. Conviérteme a Ti, Señor. Líbrame de agobios y preocupaciones innecesarias. Lléname de tu alegría, de ilusión por cambiar el mundo y de fortaleza para llevarlo a cabo. Y que siempre tanga presente que, para cambiar el mundo, tengo que empezar por cambiar yo mismo-a.

Señor, me invitas a la conversión, a dar un giro radical a mi vida. Quisiera tener un oído en tu Palabra y el otro en las cosas que pasan a mi alrededor, pero he reducido tu voz a un mensaje de fin de semana, pasivamente escuchado; he reducido el Evangelio a un rito del domingo. Pasas delante de mí cada día y no te reconozco. Pido signos, como aquellos fariseos, sin entender que los tengo por todos los lados. Enséñame a discernir, Señor, aclara mi mirada borrosa, para que pueda verlo todo con tus ojos. Entra en mi casa, aunque a veces no te invite a pasar. Invade mi cuerpo, mi mente y hasta mi agenda. Necesito que me acompañes en cada momento, porque soy muy débil y me dejo llevar por la corriente.

Señor, soy consciente de que voy envejeciendo y perdiendo facultades. No permitas que pierda el optimismo, aún sabiendo que el futuro no será del todo feliz. No permitas que pierda las ganas de vivir, aunque la vida sea en algunos momentos dolorosa. No permitas que pierda las ganas de ayudar, aunque a veces no me agradezcan esa ayuda. No permitas que pierda el sentido de la justicia, aunque el perjudicado sea yo mismo-a. No permitas que me esté quejando a todas horas de todo y de todos. No permitas que me sirva de mi experiencia para convertirme en un charlatán y adquiera el hábito de querer opinar y decir algo sobre todo y sobre todos. Libérame de las ansias de querer arreglar la vida de los demás. Sella mis labios para que no hablen de mis achaques; dame, por el contrario, la gracia de escuchar con paciencia el relato de los males ajenos. Enséñame la gloriosa lección de que a veces es posible que esté equivocado-a.

Hoy que sé que mi vida es un desierto en el que nunca nacerá una flor, vengo a pedirte, Cristo jardinero, por el desierto de mi corazón. Para que nunca la amargura sea en mi vida más fuerte que el amor, pon, Señor, una fuente de alegría en el desierto de mi corazón. Para que nunca ahoguen los fracasos mis ansias de seguir siempre tu voz, pon, Señor, una fuente de esperanza en el desierto de mi corazón. Para que nunca busque recompensa al dar mi mano o al pedir perdón, pon, Señor, una fuente de amor puro en el desierto de mi corazón. Para que nunca me busque a mí cuando te busco y no sea egoísta mi oración, pon, Señor, tu Cuerpo y tu Palabra en el desierto de mi corazón.

Creo, Señor, pero haz que crea con más firmeza. Espero, Señor, pero haz que espere con más confianza. Amo, Señor, pero haz que ame con más desinterés. Ilumina mi entendimiento e inflama mi voluntad para que pueda vencer la avaricia con generosidad, la ira con bondad, la tibieza con piedad. Hazme paciente en las contrariedades, humilde en la prosperidad, firme en los propósitos, atento en la oración. Que procure tener inocencia interior, modestia exterior y vida ordenada. Que aprenda qué pequeño es lo terreno y qué grande lo divino; qué breve el tiempo y qué durable lo eterno.

Oración del enfermo
Señor de la vida, todo lo recibí de Ti y sé que nada ni nadie me separará de tu amor, pero te pido que me libres de esta enfermedad. Perdona mi impaciencia; no estaba muy acostumbrado al dolor. He descubierto lo que significa no poder nada solo y tener necesidad de los demás para todo. Si quieres, puedes curarme, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Pongo en tus manos la cruz de mi enfermedad. Ayúdame en los momentos de mayor sufrimiento y, sobre todo, ayúdame a comprender que no soy yo solo el que sufre dolores. Dame tu paz y tu paciencia. Enséñame a esperar, con la mirada puesta en Ti, Señor crucificado, y en los hermanos que más padecen. Y bendice y fortalece a las personas que me asisten y a los que sufren por mi.

Me siento angustiado y Tu me dices: ¡tranquilo/a! Dudo y me dices: ¡confía! Prefiero estar solo/a y me dices: ¡ven y sígueme! Fabrico planes y me dices: ¡déjalos! Busco comodidades y me dices: ¡despréndete! Quiero vivir y me dices: ¡da tu vida! Intento ser bueno y me dices: ¡no es suficiente! Quiero mandar y me dices: ¡obedece! Quiero claridad y me hablas en parábolas. Pienso en venganza y me dices: pon la otra mejilla! No quiero complicarme la vida y me dices: ¡he venido a traer fuego a la tierra! Busco el primer puesto y me dices: ¡siéntate en el último lugar! A veces no te entiendo, Señor. A veces quisiera encontrar otro maestro que me exigiera menos, pero me sucede lo mismo que a Pedro: no conozco a nadie que tenga, como Tu, palabras de vida eterna.

Te damos gracias, Señor, por revelarnos tu verdad en Jesucristo, tu Palabra de vida, que recibimos a través de la enseñanza de los apóstoles. Tu nos llamas a estar unidos en el amor, pero nuestro pecado ha creado división en tu Iglesia. Somos conscientes de que esta ruptura escandaliza y dificulta enormemente la tarea de la evangelización que nos encomendaste. Ayúdanos a aceptar nuestra diversidad y a reconocer que es más lo que une que lo que nos separa. Ilumina, Señor, a los dirigentes de las distintas confesiones cristianas para que, superando viejos recelos, vayan dando pasos en pro de la tan ansiada unidad. Que a no mucho tardar seamos uno, un único rebaño del único Buen Pastor.
Amén.

Señor, ayúdanos a ser fieles a Ti y a nuestra fe, cuando las cosas se ponen difíciles. Ayúdanos a seguir siendo auténticos, cuando se nos aísla sin razón, cuando comportarse bien causa risa y desdén en los demás. Ayúdanos a seguir siendo auténticos, cuando nuestro deber cristiano nos exige más tiempo del que tenemos, más dinero del que queremos compartir o más esfuerzo del que queremos hacer. Ayúdanos a seguir siendo auténticos, cuando no nos apetezca ocuparnos de los demás, cuando lo último que haríamos es perdonar a quien nos ha ofendido. Danos fuerza para hacer lo que debemos y no queremos hacer, para ser lo que debemos y no queremos ser. Ayúdanos a recordar que, por nosotros mismos, somos incapaces de hacer nada, pero contigo todo es posible.
Amén.

Jesús, tu viviste en una familia feliz: haz de mi casa una morada de tu presencia, un hogar cálido y dichoso. Ayúdanos a hacer de nuestra familia otro Nazaret, donde reine el amor, la paz y la alegría. Ayúdanos a permanecer unidos, tanto en los momentos de gozo como en los de dolor. Ayúdanos a sobrellevar las obligaciones familiares de una manera santa y a perdonarnos mutuamente, como Tú nos perdonas. Ayúdanos a recibir todo lo que nos das y a dar todo lo que quieres recibir. Da salud a nuestros cuerpos, serenidad a nuestros nervios y control a nuestras lenguas. Que nuestra familia sea profundamente contemplativa, intensamente eucarística y vibrante de alegría. Que las nuevas generaciones encuentren en la familia un fuerte apoyo para su crecimiento en el amor y en la verdad.
Amén.

Concluida la Navidad, queremos darte gracias, Señor, por haber compartido tu grandeza con nosotros. Seguimos siendo humanos, pero tenemos la capacidad de compartir contigo lo divino. Tu Navidad ha cambiado totalmente nuestro mundo, ha dado respuesta a nuestros gritos y necesidades. Por eso se ha despertado y renovado nuestra alegría, porque sabemos que no vamos solos por la vida: Tu te has hecho nuestro compañero de camino.
Nos alegra verte así, revestido de nuestra carne, tan hermano nuestro. En el Niño de Belén nos hablas de Ti, de tu amor desbordado, y nos hablas también de nosotros, amados hasta el extremo. Tus planes sobre nosotros son tan misericordiosos que nos dejan desbordados. ¡Ojalá sepamos corresponderte y no defraudar tus esperanzas sobre nosotros!